inánima en la mirada

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[MIRADA 5]

Querida Medusa, hace tanto que no nos vemos que seguro que si nos encontramos en la verdulería no vamos a reconocernos. Me pasó con la mujer de Lot el otro día en el súper. Ella andaba del brazo con el marido empujando un changuito entre las góndolas de sal gruesa. Le chisté pero no se quiso dar vuelta. No sé, o no me vio o no quiso mirar.

Te extraño querida Medusa. Para colmo el barrio está cada día más aburrido. La mirada de la gente continúa siendo una plana: norte sur este oeste y pará de contar. Antes era otra cosa, ¿te acordás? Aquellas noches con Galileo ojeando el cielo, o las madrugadas con Marechal contemplando los abismos de Cacodelphia.

No sé. Antes mirar era otra cosa ¿Será culpa de la tele? Qué se yo.
Bueno querida, a ver si venís. Te compré un espejo en la feria de artesanos. Sé que nunca tuviste uno.

Te dejo una reflexión: “No es posible mirarse dos veces en el mismo río. Tampoco es posible mirarse una vez en el mismo río”.
Contestame este e-mail, no seas chanta



[MIRADA 6]

Perse, mi amor, qué gusto tener noticias tuyas. No te pongas mal y tampoco vivas del pasado. ¡Qué tendría que decirte yo entonces!

El otro día abrí una cuenta en facebook y subí una foto mía. No te voy a mentir, es una foto de cuando era más pendex, pero hoy por hoy todos macanean. La cuestión es que, desde que subí la foto, ninguno de los amigos que tenía en la red ha vuelto a visitarme.
Que se vayan todos al diablo, no voy a andar rogándole a nadie.

A otra cosa. Te prometo, Perse de mi alma, que apenas pueda voy a saludarte. No sabés las ganas que tengo de verte.

Te devuelvo otra reflexión: “Sólo la mirada de un ciego puede ir más allá de lo evidente”.

Chau chau.





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inánima de la mentira

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PANDEMIAS


Comprobé que me había contagiado la enfermedad del recuerdo de lo que nunca fue.

He muerto entonces de gripe global, de inseguridad urbana, de vacas locas, de dengue, de televisión, de vampirismo, de dios, de terrorismo islámico.

Y sin embargo sigo aquí, esperando nuevas mentiras para seguir muriendo.





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inánima del deseo

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DEL DESEO DE ALAS
 























Dicen que, en su patético deseo por regresar al cielo, los ángeles caídos son estafados desde siempre por hombres inescrupulosos.
Estos hombres los engañan vendiéndoles alas.
A lo largo de la historia, estos vendedores de alas han pagado los oficios de los más grandes maestros de la escultura y de la pintura universal para que ilustren las supuestas bondades de dichas alas.
Los templos, los museos y las enciclopedias dan prueba de este fraude miserable.
Claro está, las imágenes son tan falsas como las alas.
Pero lo ángeles, en su patético deseo por regresar al cielo, son seducidos por el engaño y vuelven a caer desde escarpados acantilados o monstruosos rascacielos.

Extrañamente, en los últimos dos mil años no se han registrado reclamos.

Es cierto.
Y también se dice que los ángeles no resisten una segunda caída.
Y que la humanidad guarda un sospechoso silencio sobre el asunto.
Esto, también es cierto.




PUBLICACIÓN ORAL
Septiembre de 2010




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inánima de los monstruos [II]

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CREATURA
 




La luz retorna al centro mismo del relato.
Parada en este llano ilimitado elevo mis ojos al cielo. Imploro.
Busco al que, en este instante, está leyendo mis palabras.
Alcanzo a ver los ojos del lector más allá de las nubes y del cenit.
Pregunta entonces la tinta de mi vista al que observa: ¿Qué será de mí? Y el eco se petrifica en bandadas de luz: ¿Qué será de mí?

Mas el lector, como todo dios descubierto, es un monstruo que desvía su mirada hacia el silencio y huye.

Vuelvo a mi soledad que espera en el centro mismo de un relato.
En la oscura quietud del tiempo suelo soñar otro monstruo que deshoja el firmamento. Otro dios que, tal vez, sea capaz de sostener la mirada de sus criaturas hasta el fin de los cuentos.


PUBLICACIÓN ORAL
Septiembre de 2010




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inánima del sinónimo

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Recortes de una conferencia de Benedicto Espinosa  acontecida en los laboratorios
de La Biblioteca Fabularia.


El tipo pregunta a los presentes ¿Son ustedes personas alfabetizadas?
Los presentes responden afirmativamente.
El tipo pregunta a los presentes ¿Conocen entonces el alfabeto?
Los presentes responden afirmativamente.
El tipo pregunta a los presentes ¿Qué letra sigue a la letra Eta?
Los presentes no logran responder.
El tipo mira el busto de la mujer sentada en la primera fila.
La mujer se ofende.

El tipo dice Digo que una persona alfabetizada no necesariamente es una persona que sabe leer.
El tipo también dice También digo que, apestados por las sinonimias, resulta comprensible confundir alfabeto con abecedario.
Y el tipo sigue Y sigo, también suele confundirse un diccionario con un definicionario; he visto a más de uno buscar una definición en un diccionario.
Luego, el tipo agrega Agrego que incluso están los que creen que un diccionario es un compendio abecedario de verdades.
El tipo mira el busto de la mujer sentada en la primera fila.
La mujer se ofende.
El tipo se disculpa Discúlpeme estaba recordando la continuidad de la letra Eta.

El tipo dice Todo saber implica, al menos, una ignorancia. Un estado de saber puede cristalizarnos en lo inerte. En cambio, la ignorancia propicia el hacer.
El tipo desea Deseo ser más un deseo de hacer que una moral dogmática acerca del saber. Saber que somos ignorantes, de eso se trata. Y no me vengan con la retórica soberbia, falaz y estúpida de un "sólo sé que no sé nada". Y menos ustedes que además, por definición política, son todos ignorantes.
La mujer de la primera fila se ofende.
El tipo le dice que no se ofenda No se ofenda, ¿acaso no es usted argentina?
La mujer de la primera fila lo mira con odio.
Entonces el tipo le recuerda Le recuerdo "argentino ignorante", tiene usted la doble virtud de la ignorancia.
La mujer de la primera fila no comprende.
El tipo pregunta ¿No comprende?
La mujer baja la vista.
Entonces el tipo vuelve a mirar el busto de la mujer.
Y pregunta ¿Será la Teta?


y no fue la ignorancia
la que llevó a los escribas castillanos
a poner a la Teta el corpiño Theta o Tita



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inánima de los monstruos

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la monstruo del museo

Ella fluía sonámbula por las galerías del Museo de Bellas Artes. Ella, la Casta Niño: esencia oculta en los arcanos del lugar. La hermosura hermafrodita de su desnudez era tal que los espejos, incapaces, le negaban el don de sus oficios.

Ella caminó por la galería de mis ojos hasta perderlos en el espanto del deseo. Ciego, desperté inmerso en las tinieblas del pudor. Mi mano agregó su nombre a los índices de un bestiario clandestino y obsceno.
Entonces supe que los monstruos más terribles se nos presentan bajo la forma más perfecta de la belleza.

En los alrededores del museo, las estatuas, temblaron conmigo.





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